El viejo pastor sabía que se moría.
Toda su fortuna consistía en diecisiete camellos, que había ido llevando de pradera en pradera a pastar, y que también había alquilado a los conductores de caravanas, por una temporada.
Desde que se quedó viudo, hacía mucho tiempo, vivía en su tienda con sus tres hijos: Hussein, Hassan y Hassin.
¿Qué sería de ellos?, ésta era su preocupación.
Sabía que sus hijos, aunque buenos muchachos y trabajadores,
eran muy peleones.
Una tarde, cuando caía la noche, el viejo reunió a sus tres hijos en la entrada de la tienda y les dijo, mientras sorbía té con menta.
- Atended, hijos míos. Sé que no estaré ya mucho tiempo con vosotros. Sé que me queréis, y que realizaréis mis últimos deseos, así es que recordad esto: vuestra riqueza son los diecisiete camellos que os dejo. Vosotros os los repartiréis de la siguiente forma.
Tú, Hussein, eres el mayor; como has trabajado mucho tiempo conmigo mientras tus hermanos eran todavía niños, te dejo la mitad de mi manada.
A ti, Hassan, menor, que has trabajado también conmigo, pero menos tiempo que tu hermano mayor, te dejo la tercera parte de la manada.
Y en cuanto a ti, Hassin, que eres el pequeño y todavía no has tenido tiempo de trabajar mucho conmigo, pero tienes todo el porvenir ante ti, a ti te doy la novena parte de la manada. ¿Respetaréis mi última voluntad?
-Te lo prometemos, padre.
A la mañana siguiente, el viejo pastor se murió.
A la mañana siguiente, el viejo pastor se murió.
Sus tres hijos le enterraron en el desierto y rogaron a Dios le acogiese en el paraíso. Después se pusieron a pensar en el reparto de la manada.
Se acordaban bien de lo que su padre les había dicho, pero no llegaban a encontrar el modo de repartir diecisiete camellos en dos, ni en tres, ni en nueve. - Nuestro padre nos ha metido en un gran lío.
La mitad de diecisiete camellos es ocho camellos y medio. Se puede matar uno o venderlo y repartir el precio en tres. También se puede esperar a que las camellas tengan camellitos. Sí, pero, ¿si se muere una camella?
Los tres hermanos no llegaban a salir del embrollo.
Entonces vieron llegar un hombre montado en un viejo camello pelado del todo, que les pedía hospitalidad para la noche.
- Es Dios quien te envía -le dijo Hussein-. Tú podrás darnos un consejo.
Y le explicó el problema del reparto.
El viajero escuchó atentamente, reflexionó en silencio y después respondió:
- Hay una solución. Yo os doy mi camello. Así serán dieciocho animales y podréis hacer el reparto.
- De acuerdo -dijeron los tres hermanos-.
Verdaderamente es Dios quien te ha enviado.
Nuestro padre ha debido maquinar todo el asunto con él.
Entonces hicieron el reparto:
Hussein tomó la mitad, es decir, nueve camellos.
Hassan, la tercera parte, es decir, seis camellos.
Hassin, la novena parte, es decir, dos camellos.
Nueve y seis y dos: en total diecisiete camellos.
Y al día siguiente, por la mañana, feliz de haber encontrado la solución,
el viajero, sobre su viejo camello pelado, continuó su camino:
el camello dieciocho.
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