Un alfiler y una aguja, encontrándose en una cesta de labores y no teniendo nada que hacer, empezaron a reñir como suele suceder entre gentes ociosas.
La disputa comenzó así:
-Y tú, ¿para qué sirves? –dijo el alfiler a la aguja-; y ¿cómo piensas pasarte la vida sin cabeza?
Y a ti –respondió la aguja en tono agudo-, ¿de qué te sirve la cabeza si no tienes ojo?
- ¿Y de qué te sirve un ojo, si siempre tienes algo en él? - replicó furioso el alfiler.
-¡Pues yo, con algo en mi ojo, puedo hacer mucho más que tú!- dijo la aguja en tono irónico.
-Sí, tienes toda la razón, respondió el alfiler; pero tu vida será muy corta, pues depende de tu hilo.-
Mientras discutían entre sí el alfiler y la aguja, entró una niña a la habitación con intenciones de coser.
Inmediatamente tomó la aguja de la cesta y echó manos a la obra. Pasados unos instantes, el ojo de la aguja se rompió, así que la niña decidió probar con el alfiler.
Entonces lo cogió de la canasta y le ató el hilo a la cabeza, tirándole con tanta fuerza que lo decapitó. Al ver lo irremediable y notablemente disgustada, la niña tiró el alfiler en la cesta junto con la aguja y se fue.
-¡Conque aquí estamos de nuevo! –le dijo el alfiler a la aguja-. Parece que el infortunio nos ha hecho comprender nuestra pequeñez; ahora no tenemos motivos para reñir.-
- Es cierto -asintió la aguja.
¡Cómo nos asemejamos
a los seres humanos, que disputan acerca de sus dones y aptitudes hasta que los
pierden, y luego... echados en el polvo -como nosotros ahora lo estamos-,
descubren que son hermanos y obras del mismo Creador!
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